domingo, 22 de diciembre de 2013

¿Inventó el propio Jack el Destripador su alias criminal? Lo que puede haber de cierto y lo mucho que puede ser fruto de intereses diversos, de confusiones, o de macabros bromistas


¿Cómo llegar al menos a tener indicios sobre el origen y el autor del mote tradicionalmente dado a un asesino en serie que actuó en el siglo XIX, después de tanto tiempo transcurrido, si hasta ahora por cierto la cuestión no ha podido ser convenientemente aclarada?

Es un punto en discusión establecer si el verdadero criminal escribió algunas de aquellas misivas que llegaron a poder de los periodistas y de las autoridades. Esta incertidumbre parece imposible de despejar, y a más de ciento veinte años de los eventos la interrogante sigue en vigor.

En los archivos de la Policía Metropolitana y en los Archivos Generales de Londres se conservan más de doscientos mensajes vinculados al asunto. Pero sólo una ínfima proporción merecería que se les preste atención.

Una de las pocas comunicaciones considerada por los especialistas como eventualmente veraz fue la que el 16 de octubre de 1888 recibió en su domicilio el Presidente del Comité de Vigilancia de Whitechapel, empresario constructor George Akin Lusk.

Esa carta fue acompañada por una caja de cartón que contenía un trozo de riñón humano. Junto con el horrible obsequio iba un recado escrito con letra irregular, tosca y plagada de errores gramaticales -que en esta transcripción-traducción se obvian- cuyo texto decía:

      "...Desde el infierno Mr. Lusk, Señor: Le envío la mitad del riñón que saqué de una mujer, lo guardé para usted, la otra parte la freí y me la comí, estaba muy buena. Puedo mandarle el cuchillo ensangrentado con el que lo saqué sólo si espera un poco. Firmado: Atrápame si puedes. Mister Lusk..."

La primera ocasión en que un ex periodista se habría incriminado admitiendo ser el emisor de misivas enviadas a las autoridades y a los medios de comunicación bajo el seudónimo  Jack the Ripper, se registró en un relato publicado por la revista Crime and Detection en agosto de 1966. En dicho artículo (cf. Casebook, Jack the Ripper: Timeline), el profesor y grafólogo Francis Camps cuenta cómo fue que conoció a Frederick Best, antiguo reportero del diario Star.

Este último le refirió que, durante el tiempo de los asesinatos de Whitechapel, él en colaboración con un colega de provincias, fue el responsable de elaborar todas las cartas del "Destripador", y que lo hizo motivado por el afán de "mantener con vida el negocio" de la venta de periódicos, notablemente incrementado por entonces merced al sensacionalismo generado por aquella ola de crímenes.

Añadió que, para concretar el plagio, se valió de una pluma marca Waverley Nib, la cual fue deliberadamente estropeada a fin de que su trazo diese la impresión de que las cartas eran obra de un sujeto semi analfabeto. Empero, esta versión no luce congruente, pues si algo destacaba en aquella célebre epístola trazada con tinta roja era la atildada caligrafía y la correcta ortografía del guasón que la escribiera.

Hoy día, sin embargo, se duda de esta versión, pues se da por descontado que la mayoría de los mensajes se debieron a ciudadanos impelidos por los más diversos intereses (no necesariamente periodistas).

La epístola que dio comienzo a la escalada de comunicados, y que hizo público el apodo Jack the Ripper, se supone que arribó el 27 de septiembre de 1888  a la Agencia Central de Noticias de Londres (estaba fechada al 25 de ese mes). Esa carta devino la primera firmada con el famoso mote.

Se especula fuertemente que el texto resultó redactado, no por el aludido Frederick Best sino por el reportero Thomas John Bulling, con la anuencia de su jefe de prensa John Moore. Este periodista trabajaba para aquella agencia noticiosa, y fue el encargado de remitirla personalmente a las autoridades británicas un día antes del doble crimen de Jack el Destripador.

Cuando ese 29 de septiembre de 1888 el inspector Frederick Adolphus Williamson, que a la sazón oficiaba de jefe de prensa de Scotland Yard, leyó la carta que su amigo Thomas Bulling le trajo, no pareció especialmente impactado. Aunque la policía inglesa lo ocultaba, lo cierto era que ya tenían noticias sobre varios mensajes relacionados con los crímenes que se venían consumando en el East End de Londres. Por eso, al pesquisa esa nueva misiva no le generaba mucha emoción.

Pero debía cumplir su trabajo y comunicó la novedad a sus superiores, quienes guardaron dentro de un cajón aquella letra. Probablemente no hubiera salido nunca de allí si al día siguiente no ocurriera lo imprevisto: el "doble evento"; vale decir: los dos homicidios perpetrados en la madrugada del 30 de septiembre que tuvieron por víctimas del maníaco matador de prostitutas a Liz Stride y Kate Eddowes.

A la primera difunta la habían degollado pero no mutilado, y tampoco le sustrajeron órganos. Sin embargo, el cadáver de la otra fallecida padeció una virtual carnicería: múltiples tajos asestados por un cuchillo frenético laceraban su faz, y uno de ellos le había rasgado el lóbulo de su oreja derecha. Cuando colocaron el cuerpo inerte en el ataud el lóbulo troceado cayó dentro.

Este sórdido hecho bastó para que se considerase que el homicida que en aquella ocasión firmaba Jack el Destripador (o más exactamente "Jack el Desgarrador" en inglés) fuese aceptado sin más como el genuino emisor de la amenazante epístola. Y es que en ella, entre otras jactancias y banalidades, se proclamaba:

 "...en el próximo trabajo le cortaré las orejas a la dama y las enviaré como broma a la policía..."

Este fue el inicio de un mito que pervive hasta el presente. Esos horribles crímenes suburbanos posiblemente hubiesen quedado relegados al olvido, o al menos minimizados, si el anónimo ultimador hubiese seguido siendo conocido como "El Asesino de Whitechapel", o por el mote de "Mandil de Cuero", con el cual se lo designase mientras se pensó que el responsable era el zapatero judío John Pizer, luego exculpado.

Ninguno de estos alias delictivos poseían el gancho mediático del que rubricaba aquella carta que la Agencia Central de Noticias de Londres, por medio del ya citado Thomas Bulling, hizo llegar a Scotland Yard; y que presuntamente la había remitido previamente el victimario serial a sus oficinas dirigiéndola a su jefe de redacción. De allí el encabezado "Querido Jefe", pues a un jefe de prensa iba destinada la misiva, en vez ser cursada directamente a las autoridades.

Muy curioso resulta que un asesino eligiera a una agencia noticiosa para promocionarse. Aunque parecería que en realidad sí remitió algunos mensajes a la fuerza policial, aunque sin mayor eco.

El 17 de septiembre de 1888 habría arribado a manos del responsable máximo de la Policía Metropolitana, general Charles Warren, una epístola inculpatoria, y otra similar la recibió el Departamento de Investigación Criminal el 25 del mismo mes. Frente el silencio opuesto por los jerarcas el emisor optó por dirigirse a la prensa para ver si ahora lo tomaban en serio.

Luego de esto, los casi doscientos periódicos británicos compitieron en medio de una fiebre de tiradas dedicadas a las tropelías de Whitechapel.

Entre los más furibundos resaltaba el Star de Frederick Best. Este periódico, recién surgido en 1888, hizo su agosto gracias a la conmoción social que los asesinatos provocaron, pero ciertamente no constituyó el único medio de prensa favorecido. La palma al efecto se la llevó la Agencia Central de Noticias de Londres, que vendió a los diarios muchas copias de las epístolas que el criminal tan generosa, como sospechosamente, les obsequiaba en forma personal.

Muchos años más tarde –según antes señalamos– un anciano Frederick Best se inculpó reconociendo, en un artículo periodístico, que él en complicidad con otro reportero inventó a "Jack el Destripador".

Durante largo tiempo se reputó a este sedicente periodista como plausible responsable de forjar el mito sensacionalista de Jack the Ripper, e incluso en películas y mini series televisivas (por ejemplo: en "Jack el Destripador", serial inglesa de 1988 con Michael Caine en el protagónico principal) veremos a ese inquieto periodista y al diario Star jugar un papel de gran fuste en la saga ripperiana.

No obstante, desde época relativamente reciente (año 2001) las cosas comenzaron a cambiar. En "Letters  from  hell", publicación española: "Jack el Destripador. Cartas desde el infierno" (ediciones Jaguar, Madrid. España, 2003), los expertos Stewart Evans y Keith Skinner plantearon que el responsable no fue otro sino Thomas Bulling.

Sostienen que ese periodista fabricó (de su puño y letra) la carta, y también inventó el mediático seudónimo; contando para ello con el consenso de su jefe de prensa John Moore. La principal fuente que acusa a Bulling y a la Agencia Central de Noticias provino de John Litlechild, un inspector  jefe de la Brigada Especial de Scotland Yard, el cual, en una misiva escrita en 1913, le confió a su amigo el dramaturgo y periodista George R. Sims sus sospechas de que las cartas firmadas con el infame alias constituyeron un bulo creado por un sector de la prensa.

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